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- Publicado el Jueves, 12 Abril 2012 10:45
“España es una dictadura legislativa”… y así nos va
S. McCoy 11/04/2012 06:00h
Rendirse a la excelencia ajena suele ser buen ingrediente para cultivar la propia. Igual que de la mediocridad hay que huir como de la peste, frecuentar el talento y aprender de él son condiciones indispensables para la humildad, primero, y el esfuerzo, después. Pues bien, hoy me quito el sombrero ante el articulazo que mi amigo Fernando del Pino ha publicado en su blog (reproducido por Expansión) y que, por estructura y contenido, entra por méritos propios en la categoría de los imprescindibles. “Simplificar” es su nombre. Y el exceso normativo y la inseguridad jurídica como lacras a extirpar en España la tesis que defiende. El entrecomillado que encabeza este post es parte del texto original.
El arranque es excepcional. “Luego dicen que en España no se lee; desde luego, escribir, se escribe” concluye tras observar la publicación de más de un millón de páginas anuales (¡¡¡1.000.000 al año!!!) de disposiciones en los Boletines tanto del Estado como de las distintas Comunidades Autónomas. Su efecto sobre la productividad interior –y la competitividad externa- es inmediato: “los caprichos del legislador nos obligan a distraernos con asuntos completamente improductivos (…). Este problema es realmente un desastre nacional y nos está carcomiendo poco a poco. A pesar de ello, nuestros políticos siguen sin querer verlo ni darle importancia”.
Demasiadas normas (“que asedian nuestra libertad”), demasiado farragosas (“las leyes se valoran al peso”), demasiado volubles (“lo que imposibilita la planificación a largo plazo y la inversión”), intencionalmente difusas (“no existe el imperio de la ley, existe el imperio de la voluntad del político”) son las cuatro críticas principales que maneja, unas más constatables objetivamente que otras, a las que llega por mor de su experiencia empresarial. Todas encuentran su origen en la falta de contacto con la realidad de quienes han hecho de la política una profesión (¿recuerdan mi post del lunes sobre la necesidad de llevar al matadero a nuestros gobernantes?), esos que “han estado casi siempre en el lado de quien redacta la norma o la hace cumplir; casi nunca en el extremo de quien soporta sus consecuencias”. Chapeau.
Su conclusión no desmerece: “nuestros políticos creen que gobernar es hacer leyes. Pues bien, lo que necesita España es deshacer leyes. No añadir legislación, sino eliminarla; no regular más, sino desregular; no asfixiar la libertad individual, sino darle alas para que cree prosperidad. Si el Gobierno realmente quiere reformar España para salir de esta maldita crisis debería plantearse como uno de sus objetivos reducir drásticamente el número de normas y regulaciones. (…) También debería establecer un plan de simplificación de las normas más relevantes. Ambas medidas devolverían parcelas de poder tomadas coercitivamente a la sociedad civil. (…) Debemos sacudirnos de este yugo”.
Alguno podrá decir que se trata de un análisis superficial que carece de base analítica suficiente. Sin embargo, no es verdad. Un servidor ya recogió allá por julio de 2010 la correlación inversa entre intensidad legislativa y productividad e innovación identificada por los profesores del IEFrancisco Marcos y Juan Santaló en un estudio entre 1988-2006 de las distintas comunidades autónomas: “por cada 100% que crecen las disposiciones locales, caen un 80% las solicitudes de patentes de la región y un 3,5% su productividad” (Valor Añadido, Un ejemplo práctico de lo que supone el cáncer autonómico para España, 22-07-2010). Echen cuentas.
Concluíamos entonces que “la ambición por acaparar competencias se ha convertido en un obstáculo para la unidad de mercado y la diferenciación económica como nación (…) Un proceso de difícil vuelta atrás que condena a España a un tiempo de dificultades más extenso que el de otros países de nuestro entorno. (…) Hay una percepción errada de que es el nivel de competencias el que determina la aceptación de los ciudadanos respecto a la clase política regional. Pues no, lo es la buena gestión. Y muchas veces ésta pasa por admitir errores, desandar parte de lo andado y construir la casa desde los cimientos y no desde el tejado. Hace falta determinación y valentía. ¿La habrá? Me temo que no pero por decirlo que no quede”.
Pues eso.